martes, septiembre 16, 2008

Alto Guadalquivir


Angostos laberintos que fluyen de la tierra humedecida por los saltos de las aguas que corretean canturreando esa sinfonia salvaje y tranquila, ese arrullo constante que adormece despues de las rocas, brillante, radiante y poético, miro hacia arriba y el paisaje se oscurece en el verde de los olivos, juncos, hayas, eucaliptus que delimitan las orillas. El sol cae lento y su sombra clara se estira tremolante en sus aguas, frescas, cristalinas, lllanas, puras se deslizan por las manos hacia los labios que sedientos la reciben cual beso enamorado, el deleite, la sensación fantástica de placer extremo mientras los tensos músculos siguen remando esperando otro murmullo que se acrecenta a medida que te acercas hacia las rocas que emergen en un mar de espuma y corrientes, con grandes picos de olas, se te encoje el estómago y la tensión te centra y las ganas de atravesar el paisaje se te antoja hasta quijotesco, vuelco, frio, humedad, pero no miedo, no suelto el remo, estoy bien y volveré a subir. A unos metros la pequeña enbarcación anaranjada que vira sin control, sin capitán, sin dueño, a la deriva...

1 comentario:

Anónimo dijo...

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