viernes, noviembre 17, 2006

A veces se enciende


Sólo el silencio más profundo, irreverente, aquel que se convierte en océano, acompañaba mis pensamientos en aquel instante, cuando mis ojos aún permanecían cerrados y el nuevo despertar era apenas intuido, la noche plena de quietud con su perfume de humedad era mi única compañera. Los dedos de mis manos permanecían unidos, los dos pulgares sobre mi barbilla y los dos índices apoyados entre mis cejas, en ese punto que se convierte en ventana cuando mi mente divaga libre, en un viaje alrededor de mi ser más profundo, mi esencia, lo único que soy cuando siento que no soy nada.Notaba como lentamente retornaba al presente, al aquí y ahora después de un viaje hacia los más recónditos rincones de mi interior. Volvía a cobrar conciencia de todo a mi alrededor, empezando por mí mismo, mis músculos volvían a obedecer a mi voluntad, los sentía despertar, dolientes, como el resto de mi cuerpo se desperezaban de aquel ingrávido letargo en el que me había sumido, cuando sólo mi mente había permanecido despierta, o acaso en un ligero duermevela, guiándome en ese peregrinaje en busca de mi rosa de la paz.La había buscado con ahínco en los últimos días y hoy por primera vez se había presentado ante mí. En silencio, sólo mirándome, circunspecta, clavando su mirada en mí, sentí su reproche por mi errático caminar, pero al mismo tiempo hizo renacer dentro de mí la esperanza. Me sentía perdido pero sin necesidad de pronunciar palabra alguna me hizo sentir que ella me acompañaría, sólo había que guiar mis pasos hasta retomar el camino.De nuevo con la mirada me pidió que le hablara, que le confiara mis miedos, mis preocupaciones, todo aquello que lastraba mi vuelo, impidiéndome despegar los pies del suelo para volver a volar en libertad sintiendo la brisa del aire sobre mi rostro. Sin conocerla era como si siempre hubiera estado allí, como si entre ella y yo no hubiera secretos y fuésemos viejos compañeros del más largo caminar que imaginarse pudiera desde el inicio de los tiempos. Me sentí pleno en mitad de la nada y tuve la seguridad de que ahora que había llegado, venía para quedarse, que sólo tenía que cerrar mis ojos, abrir mi mente y llamarla para que acudiera a mí.Quise saber como se llamaba pero no me lo dijo, tal vez me estuviera poniendo a prueba, queriendo saberme digno de su confianza antes de revelarme su identidad, pero no me importó, ¿qué mas da un nombre cuándo te están dando la paz?Ahora todo había acabado pero de algún modo seguía intuyendo su presencia junto a mí, casi como un aura que me impregnaba de una sensación de bienestar infinita, quise prolongar aquel instante pero supe que no era necesario, que se repetiría cada vez que la necesitara, y aún sin necesitarla, que a partir de ahora sería mi guía, y que sólo tendría que llamarla para que acompañara mi espíritu.Miré al frente, hasta donde en la negritud de la noche la estela del mar se unía con el cielo en un abrazo infinito. Su fragancia llegó hasta mí y entonces, durante apenas un fugaz instante la vi allí, en mitad de las olas, mecida por el mar, inasible, etérea. Me miró y una ligera sonrisa se dibujó en sus labios de terciopelo. Me sentí inundado por la dulzura de su mirada, entonces lentamente dejó que las aguas la fueran atrapando, hasta sumergirse por completo. Supe quien era, ella me había llevado hasta allí aquella noche y después me había dejado sobre la arena, sabedora de la experiencia que me disponía a afrontar, consciente de que debía vivirla en solitario.En sus ojos, antes de que las aguas la cubrieran del todo, vi la promesa del nuevo encuentro. Sonreí y alzando mi mano le dije adiós, tranquilo por la certeza de que aquello no era una despedida. Hasta pronto mi dulce Dama del Lago

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